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Liderazgo femenino en la democracia actual

Autor: Marialaura Rosales


Fotografía: Feminismo INC



Todos queremos ser líderes. O al menos, tener algunas de las cualidades de los líderes.

Pero, ¿qué significa eso en el imaginario popular? Culturalmente, los líderes son hombres o al menos responden a características que están relacionadas a rasgos masculinos, como la ambición, la tenacidad, la pasión, la fuerza. Pero las mujeres también podemos ser líderes.


¿Eso significa que ejercemos el mismo tipo de liderazgo? Pues, no necesariamente. ¿Significa que somos menos efectivas por ello? Absolutamente no y hay escenarios variados que lo demuestran.


Durante la pandemia hemos escuchado los nombres Jacinda Arden, Sanna Marin, Angela Merkel, Erna Solberg y Tsai Ing-wen. Capaz no todos hagan click en la memoria, pero definitivamente sí conocemos la premisa que explica que algunos de los países liderados por mujeres han sido más efectivos en controlar la pandemia y minimizar las tasas de mortalidad del COVID-19 en sus territorios.


Los nombres anteriormente mencionados pertenecen a las mujeres que ejercen el papel de primeras ministras o presidentas de Nueva Zelanda, Finlandia, Alemania, Noruega y Taiwán, respectivamente; ellas, de acuerdo a estudios realizados por el Centro de Investigación de Políticas Económicas, han resultado ser mejores en el manejo de esta crisis de salud mundial al ser comparadas con países vecinos similares en términos de población, edad, PIB per cápita, gasto en salud, etc.


Lo que todos preguntan es: ¿por qué estas mujeres han tenido mejores resultados?

Las razones responden a su estilo de liderazgo. La hipótesis del estudio estaba basada en que el liderazgo femenino tiende a ser más cauto, reacio al riesgo en la toma de decisiones, sin embargo, en el caso del COVID-19 esto aplicó positivamente pues descubrieron que las mujeres mostraban ser reacias al riesgo cuando se trataba de poner vidas humanas en peligro y, como tal, cerraron su país antes que sus homólogos masculinos, aun cuando había menos fallecidos y población contaminada. A diferencia de sus pares, las lideresas mostraron ser menos reacias al riesgo cuando se trataba de arriesgar la economía e implementaron restricciones que podrían disminuir el crecimiento económico del país en aras de salvaguardar a la población.


De esta forma, una de las autoras del estudio, la Dra. Uma Kambhampati señaló: “Reiteradamente, se les ha pedido a las mujeres que se parezcan más a los hombres para tener éxito, pero tal vez sea el momento de pedirles a los hombres que tengan más rasgos femeninos, como la empatía, el pensamiento estratégico y la comunicación clara.”


Podemos encontrar otros ejemplos donde el estilo de liderazgo femenino brilla en otras latitudes, como en el Medio Oriente, donde el trabajo de las mujeres en las negociaciones para la construcción y mantenimiento de la paz ha probado tener resultados más longevos.

Asimismo, el Instituto Nacional Democrático -ONG comprometida con la democracia al impulsar la transparencia gubernamental y la participación política- explica que a medida que más mujeres son elegidas en espacios públicos y de poder, los países experimentan niveles de vida más altos, abordando las prioridades de las familias, las mujeres y las minorías, además de aumentar la confianza en la democracia. En sus reportes se ha demostrado que en lugares tan diversos como Croacia, Marruecos, Ruanda, Sudáfrica y Timor-Oriental, tener más legisladoras dio lugar a leyes relacionadas con la lucha contra la discriminación, la violencia doméstica, la herencia y la pensión alimenticia.


En este sentido, vemos que el hilo que conduce el liderazgo femenino está relacionado a la capacidad de ser defensoras incansables de temas por los cuales ellas -o su electorado- se sientan apasionadas, especialmente aquellos relacionados a tratos justos y DD.HH., así como también la capacidad de transmitir empatía y compasión, rasgos fundamentales que consolidan un tipo de liderazgo denominado en un estudio publicado por la American Psychological Association como “transformacional”. Aun cuando este trabajo está dirigido a hablar de los contextos empresariales, éste muy bien puede ser aplicado al ámbito político.


Los autores explican que este estilo de liderazgo, mayoritariamente observado en mujeres en cargos de autoridad, implica establecerse a sí mismo como un modelo a seguir ganando la confianza de seguidores y compañeros; quienes actúan bajo este esquema, establecen metas futuras y desarrollan planes para lograrlos; también son escépticos ante el status quo, por lo que siempre buscan innovar, incluso cuando la organización que lideran tiene éxito en general.


De igual forma, los líderes transformacionales animan a sus pares y subordinados a desarrollar todo su potencial a través de las mentorías y el empoderamiento, entendiendo que su crecimiento contribuirá de manera directa en su organización. Esta manera de liderar también ha sido catalogada por investigadores como liderazgo carismático.


Entonces, si el liderazgo femenino demuestra estos resultados positivos, ¿por qué no hay más mujeres en posiciones de representación y poder?

Existen varios factores: El principal está relacionado a los roles de género instaurados socioculturalmente. Éstos posicionan a la mujer en el ámbito privado del hogar y el cuidado de los hijos, mientras que los hombres son asignados al área pública de los negocios y la política; Y aunque vivimos en un mundo en donde la mujer se está abriendo más espacio en el área laboral, todavía existe mucha presión social para las mujeres que deciden tener una carrera política ya que normalmente son señaladas por “abandono de hogar” pues no se concibe que las labores familiares puedan ser relevadas o compartidas con la pareja.


Estudios en México comprueban que las estructuras sociales como hoy las conocemos imponen obstáculos para que las mujeres se postulen, presentando mayores incidencias en aquellas que viven en zonas rurales, alejadas de la capital, así como aquellas de bajos recursos económicos.


Otro ejemplo de acoso a mujeres activistas lo observamos en Egipto, donde el Global Fund for Women ha registrado oposición a los derechos y garantías de las mujeres por parte del gobierno y grupos fundamentalistas, que utilizan la religión como texto coaccionador para prevenir la participación política femenina. Esto llega a tal punto, que durante eventos electorales en zonas rurales, “los esposos, padres o hermanos les dirán a las mujeres cómo votar, o incluso simplemente le quitarán la boleta a una mujer y la llenarán como quieran”.


En un acto de censura parecido, las mujeres que deciden participar activamente en política enfrentan desafíos estructurales que retan continuamente la validez de su experiencia y que las infra representan en los medios de comunicación. El Instituto Andaluz de la Mujer (IAM) detecta que incluso en informaciones que afectan a mujeres y niñas principalmente, el protagonismo masculino de la muestra es de 7,2 puntos porcentuales mayor que el femenino.


También se ha encontrado que cuando las mujeres son protagonistas de las notas de prensa publicadas, éstas están concentradas mayoritariamente en los ámbitos informativos estereotípicamente femeninos, especialmente en las secciones de Sociedad y Cultura, lo que permite el fortalecimiento del sesgo que separa a las mujeres de la vida política y menosprecia su participación.


Sin embargo, a pesar de los obstáculos, el liderazgo transformacional femenino se sigue imponiendo y las mujeres siguen aumentando sus números en participación política, en cargos legislativos y, en menor medida, en cargos ejecutivos. Esta data está respaldada en América Latina y en EE.UU., donde hay candidaturas femeninas para cargos en casi todos los niveles, pero especialmente en espacios legislativos donde parece haber más oportunidades de victorias reales pues se muestra un marco de reemplazos generacionales, donde hay electorados juveniles amplios que buscan elegir representantes más jóvenes, con una escala de valores y principios actualizada y más parecida a la propia.


En este sentido, se pudiese argumentar también que, en sistemas parlamentarios, las oportunidades y beneficios que presenta la obtención de un cargo legislativo son mayores, por cuanto los ministros muchas veces son captados por el Congreso, lo que significa que el acceso de las mujeres a estos escaños tendría una relación directamente proporcional a la disponibilidad de candidatas potenciales para el gabinete.


Esta teoría se comprobó recientemente en el Medio Oriente, donde vemos la inclusión de 6 mujeres al gabinete libanés, en el que resalta Zeina Akar, la primera ministra de Defensa y viceprimer ministra del mundo árabe; en Egipto, donde hay un 24% de representación femenina en el gabinete de gobierno y casi un 25% de representantes en los cuerpos diplomáticos; y en Israel, en donde las últimas elecciones otorgaron el 25% del Knesset -legislatura nacional unicameral del país- a mujeres, de donde normalmente se escogen representantes para otras instancias de mayor poder.


Tomando en cuenta que hace diez años, la participación política femenina y su representatividad en espacios de decisión era nula o ínfima, especialmente en el Medio Oriente y el Norte de África, éstos son números hay que reconocer y valorarlos pues han sido productos de un trabajo arduo de abogacía y pedagogía en el que se ha reiterado la importancia de los derechos de la mujer, la necesidad de espacios públicos paritarios, la trascendencia práctica y psicológica de la representatividad -desde un sentido aspiracional-, así como el señalamiento de las trabas culturales y legales que han obstaculizado a la mitad de la población por siglos pero que poco a poco se van derribando para permitir sociedades con mayores oportunidades para la ciudadanía en general.


Sin embargo, aún queda trabajo por hacer.

Mejoras no significan una situación ideal. Culturalmente, los detractores de la idea de un espacio público más feminizado aún son muchos. El acoso y los obstáculos que sufren las mujeres que deciden participar en la vida política aún son muy reales. Y es una razón importante por la cual las mujeres normalmente son asignadas a “distritos perdedores” por sus partidos. O la razón por la que aún no tenemos suficientes gobernadores o mujeres líderes de Estado en países presidencialistas.


Según el Harvard Business Review también es parte de la razón por la que no tenemos más mujeres como CEOs de las Fortune 500. De acuerdo con las encuestas realizadas, las mujeres fueron consideradas más eficientes que los hombres en 84% de las competencias que normalmente evalúan. No obstante, al presentarse una oportunidad de ascenso, la conducta evaluada indica que hay mayores probabilidades de que el trabajo lo consiga un hombre altamente calificado antes que una mujer altamente calificada. Los autores lo denominan sesgo inconsciente, que naturaliza un ambiente predominantemente masculino, donde las mujeres no pertenecen en posiciones senior.


En paralelo, una encuesta dirigida por el Pew Research Center señala que la mayoría de los norteamericanos coinciden en que hay muy pocas mujeres en altos cargos de gobierno, las califican como igual o más preparadas que los hombres para ejercer sus funciones y que tener más mujeres en espacios públicos puede generar mejoras en la calidad de vida de los ciudadanos.


Pero al preguntar si creen que la ciudadanía estaría lista para votar por mujeres para altos cargos y si se cree que habrá paridad pronto, los números se relativizan más y la diferencia que favorece a las mujeres es menor, por lo que es necesario seguir transmitiendo el mensaje que impulsa la representación femenina, con más candidatas y más mujeres electas que normalicen la diversidad en los órganos de decisión de las políticas que impactan directamente en nuestra vida.


A través de este artículo, he reseñado estudios, encuestas de percepción y realidades que permiten demostrar cómo el liderazgo femenino puede impactar positivamente a la democracia, argumentando que tener más presencia de mujeres en espacios de discusión y decisión, permitirá tener más y mejores perspectivas y por ende políticas públicas más eficientes.


Es importante aclarar que este escrito no busca afirmar que absolutamente todas las mujeres en puestos de liderazgo actúan de la misma manera ni tienen garantizado el éxito en la gestión de gobierno o de empresas, sin embargo, después de siglos en el que se nos ha asignado como único el trabajo de hogar y de principales cuidadoras sólo por haber nacido con determinado género, se hace necesario entender que dicha asignación no debe ser un supuesto social sino una decisión de vida personal, tanto para mujeres como hombres.


Asimismo, vale la pena recalcar que la academia ha probado que abrir espacios de forma reiterada, así sean pequeños, pueden producir consecuencias sustanciales en las organizaciones privadas y públicas.


En este sentido, al dar a las mujeres el mismo acceso a los roles de liderazgo no solo se estaría aumentando el tamaño del grupo de candidatos con potencial de dicha organización, sino que también se aumentaría la proporción de candidatos con habilidades superiores de liderazgo a nivel general. A grosso modo, la implementación de una selección sin discriminaciones para los puestos de liderazgo también produciría una mayor equidad y racionalidad económica, que son características que deberían fomentar el éxito a largo plazo en cualquier espacio, sea público o privado y eso es a lo que se apunta: igualdad de oportunidades, para mejores resultados.


ARTÍCULO PUBLICADO POR: Feminismo INC



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