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La región necesita que más mujeres trabajen, pero ¿qué necesitan ellas?

Jacinda Ardern la primera ministra neozelandesa, no es famosa solamente por ser una de las pocas jefas de Estado o porque a sus 37 años fue la mujer más joven en acceder a ese puesto. Lo es también porque en 2018 se convirtió en la segunda dirigente del planeta en dar a luz durante su mandato, algo que no sucedía desde 1990 con la paquistaní Benazir Bhutto. Y porque, a su regreso al trabajo tras seis semanas de licencia maternal, llegó a la ONU, a la cumbre de la paz, con su hija de tres meses.


Pero en la práctica, ¿cuántas mujeres conoces que puedan llevar a sus hijos al trabajo sin repercusiones o miedo a la reacción de los colegas y jefes? ¿Cuántas tienen una situación flexible entre el trabajo y el hogar? ¿Cuántas tienen poder de decisión sobre ambas esferas de su vida?



Excluidas de oportunidades que las empoderen


Actualmente, 117 millones de mujeres participan del mercado laboral en América Latina y el Caribe, la cifra más alta en la historia de la región. Sin embargo, aunque la participación laboral femenina aumentó del 20% al 65% en los últimos 50 años, muchas mujeres en edad de trabajar están excluidas del mercado laboral o tienen empleos precarios e informales.

En parte, esto se debe a que muchas de ellas tienen pocas opciones y libertad limitada para repartirse entre las tareas del hogar y un empleo digno y bien remunerado. Por un lado, la mayor parte de la responsabilidad del cuidado de las personas del hogar, incluyendo de los niños y los adultos mayores, recae sobre las mujeres. Esto representa un reto significativo sobre todo en los hogares de escasos recursos, en los que la mujer muchas veces se ve obligada a elegir entre ausentarse de la fuerza laboral o utilizar alternativas de cuidado inadecuadas e ineficientes.



Por otro lado, hay claras diferencias en la repartición de tareas en el hogar; 80% de las tareas domésticas no remuneradas están a cargo de las mujeres, independientemente de si trabajan o no. Esto implica un conflicto sobre todo a la hora de acceder a mejores posibilidades laborales. Las carreras profesionales que mejor pagan suelen tener horarios menos flexibles, lo que perjudica a las mujeres a corto y largo plazo. En ocasiones, las condiciones laborales a las que sí pueden acceder son de menor calidad u ofrecen un salario menor. En otros casos, la proyección de su carrera o su ascenso a mejores cargos se ve coartado por la falta de tiempo para dedicar horas extra al trabajo o para expandir sus estudios. Como consecuencia, las mujeres se encuentran a largo plazo con una menor acumulación de ahorros y en una situación mucho más vulnerable que sus pares hombres.



Hay un camino mejor


Dos aspectos clave para empoderar a las mujeres frente a este panorama tienen que ver con formular políticas públicas y empresariales que fomenten la flexibilidad laboral y que fortalezcan los servicios de cuidado infantil y de las personas con dependencia.

Vale la pena, por un lado, considerar la reducción de la jornada laboral y una mayor flexibilidad de los horarios. Por otro lado, en muchos países se han realizado esfuerzos para incentivar los cuidados compartidos mediante licencias remuneradas para padres y madres tras el nacimiento de un hijo, así como la promoción de la paternidad activa. Cuando los hombres dedican más tiempo a la crianza de los hijos y a las tareas domésticas, las mujeres pueden participar plenamente en el mercado laboral y desarrollar su potencial.



En este sentido, en la región se han adoptado, en mayor o menor grado, códigos de legislación con el objetivo de aliviar la presión sobre las madres que cuentan con un trabajo remunerado. Sin embargo, y esto se ha repetido hasta el cansancio con justa razón, todavía queda mucho por hacer. Por ejemplo, persisten las disparidades entre los ingresos de las mujeres que son mamás y sus pares varones que son padres y, lo que es más impactante aún, entre las mujeres que son mamás y las que no lo son. Además, los ambientes laborales en su mayoría no cuentan con espacios para las mujeres lactantes o con servicios de cuidado infantil. O, si los hay, son demasiado caros.

Uno de los principales obstáculos para una mayor integración de la mujer en el mercado laboral tiene que ver con la carencia de servicios de cuidado, públicos y privados, accesibles y de calidad para los niños menores de 5 años y los adultos mayores u otros parientes con dependencia. La mayoría de los servicios de cuidado tienen horarios inflexibles que imponen una presión adicional sobre las mujeres que tienen un trabajo remunerado, se encuentran geográficamente alejados o tienen un costo inasequible. Si no se asegura la calidad de estos servicios, el costo es doble, ya que perjudica también a las personas que necesitan el cuidado. En el caso de los niños, podría incluso afectar su desarrollo infantil.



Si ganan las mujeres, ganamos todos


La desigualdad de género en el trabajo implica una pérdida de talento que se refleja en pérdida de productividad y de incremento en el Producto Interno Bruto. La evidencia es clara al respecto. Gran parte de la fuerza laboral femenina la conforman madres. Su aporte es vital para nuestras sociedades y economías. Acelerar su inserción en el mercado laboral, a través de medidas que respondan a sus necesidades, debe ser una prioridad para gobiernos y empresas.



Si las madres pueden acceder a un empleo digno, flexible y bien remunerado, que les deje tiempo para el cuidado compartido de hijos y dependientes, y de sí mismas, nos beneficiamos todos.



Artículo escrito por: Andrea Proaño


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